lunes, 21 de septiembre de 2009

Shikai - Capitulo 2

Este capitulo habla una vez más sobre dos chicos de los cuales no se mencionan nombres pero que si denotan personalidades y particularidades muy marcadas. Relata la amistad que hay entre ellos a la vez que expresa lo complejas que pueden ser las relaciones (Algo de mi visión también, claro está). Y el encuentro que tienen con la sustancia negra.

En comparación a la relación entre Hialek e Imation, entre estos dos hay más seriedad y un toque de dramatismo, por lo que considero que el capítulo no es lo suficientemente dinámico, pero espero que aún así no los aburra. De todas formas los comentarios y críticas serán bien recibidos para mejorar todas estas versiones que aún considero borradores.

Que lo disfruten!

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El mediodía había pasado hace varias horas. El sol golpeaba con fuerza sobre las persianas de una habitación que absorbía el calor potenciando el hedor de quien aún no levanta. El departamento era todo suyo, o lo era durante cada sábado hasta bastante tarde. Todos salían temprano por la mañana, demasiado temprano como para sentirse bien despertando a quien duerme con tanto gusto. A veces le molestaba el calor o el olor y sin realmente despertar, sonámbulo, se levantaba, abría la ventana y volvía para continuar el sueño.

Cuando alguien le llamaba vago, se defendía diciendo que era su único día de descanso. De lunes a viernes tenía largas jornadas de estudios. La verdad, las mismas que todo el resto, quizá un par de horas más. Y el domingo se consideraba un día familiar, por lo que todos estaban en pie desde temprano y le hacían levantarse a la misma hora.

Rara vez andaba huraño o irritable, pero por alguna razón sus ánimos nunca duraban demasiado a menos que alguien le potenciara. Era como aceite. De movimiento aletargado, transparente pero opacado y principalmente inflamable, con solo una chispa podía provocar un incendio. Ese mismo fuego podía usarlo para mostrarse enérgico unas cuantas horas, lo que significaba que se dormiría temprano, o bien para mantenerse con un ímpetu irrevocable al defender lo que consideraba importante. Sin embargo, para decidir qué cosa le era importante tenía una gran cantidad de condiciones y una vez alcanzada esa importancia, tenía otras para mantenerse a ese nivel. Acceder a su lista de protegidos era toda una proeza y sin conocerle bien, mantenerse lo era aún más.

A pesar de esa costumbre de levantarse tarde, de vez en cuando se levantaba antes para aprovechar la soledad y hacer lo que quisiera. Como era historia antigua, muchos bromeaban sobre las oportunidades y posibilidades que tenía al cruzar la pubertad. Lo cierto es que siempre le habían incomodado esos comentarios. Tenía cosas más interesantes y divertidas que hacer en ese tiempo, pero él mismo sabía que alguna vez debía darles la razón y con tan solo pensarlo se sentía presionado.

Realmente detestaba el sentirse obligado a hacer algo, no importa el ámbito donde estuviera la situación, su capricho de sentirse libre le era suficiente justificación como para dejar de lado un gusto, negarse a trabajar o destruir una amistad. Pero también sabía comunicarse bien, por lo que antes de lanzarse desenfrenadamente a tales actos, optaba por acercarse a la persona que consideraba fuente de tal atadura y decirle directamente que aquello le estaba molestando. Y tras una charla decidía el siguiente paso.

Fue así como desde hace un par de semanas atrás le había dicho a aquél amigo que dejaran de verse por un tiempo. Que cortaran comunicaciones para darse un espacio y así pensar un poco las cosas. Él mismo había dicho, también, que si algo de importancia ocurría y se necesitaban, se podía llamar de cualquier forma, pues seguían siendo amigos, solo se daban un ligero espacio para evitar un conflicto mayor. Y que de todas formas durante los fines de semana habría un instante en que hablarían muy ligera y resumidamente sobre cómo iban las cosas. Y una vez listos, saldrían juntos para restaurar todo oficialmente.

Ese era el día, no había arreglado cita, pero sabía que no podía haber demasiado problema pues el día anterior, él y su amigo, habían hablado y ambos estaban sin planes. Había programado el despertador, su teléfono y el televisor para que le despertaran temprano con un desfase de diez minutos cada uno, pero en su sueño había apagado todo, uno a uno cada decena de minutos y seguía acostado y durmiendo como si ese fuera realmente el plan.

Para la hora de almuerzo, el hambre le había ganado y su estómago le despertó. Se levantó con letargo, camino hasta el baño y se mojó el rostro. Luego alzó la mirada y por buen rato observó su cara aún dormida, sus cortos y negros cabellos y sus ojos marrón, aún pequeños, mirándole fijamente. Tras una rápida pasada al inodoro, dejó el agua de la ducha correr. Se desvistió y se mantuvo un rato inmóvil bajo el agua tibia, tal como le gustaba.

Finalmente salió, pasó las manos sobre el espejo empañado por el vapor y se quedó un rato observando su pálido torso desnudo. Se tapó con la toalla con la cual se había secado y se encerró en su cuarto como sintiendo vergüenza de que alguien lo viera, incluso sí mismo. Por la misma razón siempre se vestía rápido. Salvo por su familia y aquél amigo, no permitía que nadie viera siquiera su torso desnudo. En eso pensaba cuando se dio cuenta de que aquél era el día que tenía programado y ya era tardísimo. Ahí fue cuando saltó la chispa y el aceite ardió.

De un momento a otro su rostro cambió de expresión, se sintió vitalizado y enérgico. Sentía que era su responsabilidad la restauración, después de todo, él había pedido la distancia. Se terminó de vestir. Y mientras caminaba hacia la cocina para comer algo, enviaba un mensaje de texto preguntándole a su amigo si estaba libre para salir. En la espera salió y tendió su mojada toalla, calentó el almuerzo que siempre le dejaban para ese día y que devoraba en poco tiempo. Y entonces se detuvo, miró su teléfono y vio que no había respuesta. Era extraño que no respondiera de inmediato o al menos pronto, pero considerando que él también se había atrasado, decidió esperar un poco más. Dejó el teléfono sobre la mesa asegurándose de que el sonido de llamada estuviera al máximo volumen y decidió ordenar su habitación. Al terminar había pasado cerca de una hora. Así que volvió a revisar si había respuesta y no la había. Ahora si estaba preocupado, así que decidió dejar de lado los mensajes y llamarle directamente, pero a pesar de los intentos este no respondió. Se preguntaba si estaría molesto por algo, pero había algo que no encajaba. Su amigo siempre le decía cuando había algo que no le agradaba y para él la comunicación era lo más importante. Algo debía estar mal si no respondía. Dio vueltas por la casa por varios minutos, su duda era si ir a verlo o no. Pensaba que era entrometido ir a verle sin avisar y además pudiendo, su amigo, tener problemas que no quisiera revelar. Pero por otra parte, sentía que si algo le hacía negarse incluso a contestarle al que llamaba mejor amigo, es porque era tan malo que necesitaría de apoyo. Finalmente sintió que la responsabilidad en la amistad era más fuerte que sus dudas. Y por último, si se equivocaba sería intentándolo en vez de estando ausente.

Tomó algo de dinero, las llaves de su departamento y se dirigió hasta la casa de su amigo. El viaje no era corto, pero no era desagradable o tedioso. Al llegar, aún quedaban algunas horas para el atardecer. Observó por un momento desde fuera la casa, lo volvieron a invadir todas las dudas, pero al recordar lo que había pensado: “Mejor intentar que estar ausente”. Juntó valor para tocar el timbre. Nadie respondió, nadie abrió. Sin embargo, el portón a la calle estaba abierto y decidió entrar. Tocó, entonces, directamente la puerta de la casa, pero nadie respondió. Decidió entonces caminar hasta el jardín trasero y ver si había alguien en la habitación de su amigo que quedaba en el segundo piso. Y para su sorpresa, la ventana estaba completamente abierta, aunque el silencio en toda la casa era rotundo.

Se imagino entonces que estaría solo y no quería hablar con nadie. Pero al escuchar un golpe al interior su idea se volvió más dramática y uniendo pistas concluyó que le estaban robando a su amigo. Tomó entonces una escoba a la vista y con ella en la mano trepó hasta la ventana abierta. Se asomó con cuidado, pero no había nadie a la vista. Entró entonces a la habitación y se apoyó con rapidez contra la pared junto a la puerta como solían hacer todos los que actuaban como hombres de acción. Observó con precaución los alrededores, pero no se divisaba a nadie. Aunque no pasó desapercibida una extraña marca en la baranda de la escalera. Un ligero rastro de color negro, como un gran escupitajo que goteaba ligera y viscosamente. Fue revisando habitación por habitación, pero todo estaba vacío. Luego bajó las escaleras con tanto sigilo como pudo y repitió el proceso en todo el primer piso. Finalmente juntó valor una vez más y a toda voz preguntó varias veces y había alguien, pero nadie respondió y tampoco se escuchó movimiento. La casa estaba sola. Dejó entonces la escoba a un lado, pasó al baño a refrescarse mojándose el sudado rostro. Fue a la cocina por un poco de jugo y apenas terminó de beber escuchó como alguien intentaba entrar por la puerta principal. Entonces tomó la escoba una vez más y se preparó para atacar.

Tan pronto se abrió la puerta, impulsivamente, atacó a quien entraba. El visitante debía tener muy buenos reflejos, pues el golpe no pudo acertarle con el salto hacia atrás que había dado y tampoco pudo acertarle el segundo golpe de estocada que esquivo arqueando ligeramente su cuerpo. No fue hasta ese momento que el ataque cesó, pues fue ahí cuando notó que la persona que entraba era su amigo. Sin embargo, había algo diferente en él. Este solía mostrarse alegre o al menos siempre parecía estar a gusto con su presencia. Y esta vez le miraba como si supiera que tenían que decirse adiós para siempre. Además vestía con una chaqueta de cuello alto y completamente negra, que aunque solía ser uno de los colores que más usaba, no era de su estilo, le cubría la boca y en sus bolsillos ocultaba las manos con las cuales tanto gesticulaba.

- ¿Qué haces aquí? – Fue lo único que preguntó con un tono tan frío como su mirada

- Venía a verte. Te mandé varios mensajes y luego te llamé, pero como no respondías ni contestabas me preocupé y… - Respondió sin poder terminar.

- Recibí tu mensaje, pero… - Un tenso silencio se mantuvo, durante el cual entraron cerrando la puerta y fueron hasta la sala de estar – No estoy seguro de que sea un buen momento para retomar todo el contacto -.

- ¿Me estás dando el corte? ¿Quieres que dejemos de hablar por siempre? –

El incómodo ambiente que se había formado, la mirada fría en los ojos de aquél amigo que solía mostrarse cálido y acogedor. El tono dramático de la conversación que le recordaba a las escenas de parejas en conflicto. Todo tensaba aún más la situación.

- ¿Por qué? – Agregó tras el rato de silencio que había quedado como respuesta, pero al cual solo le siguió otro silencio más - ¿Qué hice mal? -.

- ¿Quién ha dicho que no quiero hablarte más? – Una ligera sonrisa se asomó por sobre el cuello de su chaqueta – A pesar de los cambios que puedes apreciar, sigo siendo yo y tú sigues siendo mi mejor amigo. La verdad, lo que temo es que seas tú quien no pueda aceptar el cambio -.

- Pero, para decidir eso al menos debes dejarme intentarlo -.

- Supongo que el solo hecho de que estés aquí hoy, buscándome a pesar de mis actos, demuestra que entre nosotros hay una conexión especial, sólida. Y que puedo confiar en ti -.

A esto le siguió una reconciliación por este pequeño asunto, una charla sobre como restaurar comunicación y algunos acuerdos y ajustes sobre lo que antes molestaba y que ahora debía darse por superado o al menos en proceso a ello. Lo siguiente fue ponerse al día sobre la situación en la vida de cada uno, mientras preparaban una improvisada merienda.

- Ya veo, así fue como entraste. Pero es extraño, estoy seguro de que cerré todo antes de salir -.

- Quizá tus padres… -.

- No, ellos no vuelven hasta mañana. Y no parece que falte nada de valor, así que tampoco creo que hayan sido ladrones -. Interrumpió el chico, sacando sus manos de la chaqueta para gesticular

- Ahora que lo pienso, había una cosa extraña… -

Sin terminar la frase el chico se levantó de la mesa y caminó hasta la baranda de la escalera. Su amigo le siguió de inmediato y en silencio observó lo que el chico apuntaba. Se miraron extrañados, teorizaron sobre lo que podía ser. Claramente no era pintura, no tenía olor pero si lucía muy desagradable. El chico se acercó entonces e intentó tomar un poco de aquella sustancia con el dedo.
Tan pronto como hizo contacto, sintió como su cabeza retumbaba. Se asustó y atribuyó todo a que la sustancia era tóxica o radioactiva y comenzó a gritar con desesperación que iba a morir. Su amigo creyendo que se trataba de un juego, solo se reía ligeramente y observaba como el chico intentaba limpiarse con la pared. Contra lo cual protestó, pero no fue escuchado. Viendo la expresión de pánico en la cara del chico, recién se dio cuenta de que hablaba en serio. Se quitó entonces la chaqueta, tomó la mano manchada e intento limpiarla con ella. Sin embargo, no había forma de quitárselo del dedo y había comenzado a expandirse por su mano. Poco a poco, el chico, fue perdiendo fuerza, se mareó y tras apoyarse a duras penas en la muralla, cayó rendido al piso, pudiendo sentir un gran calor extendiéndose por su brazo. Una borrosa imagen se presentó ante él, su amigo también había tomado un poco de aquella sustancia con su dedo. Intentó gritarle que estaba loco y que no lo hiciera, pero la voz no le salía. Lo último que vio antes de caer en la inconsciencia fue a su amigo observándole de pie y dejando entrever una sonrisa.

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