martes, 30 de marzo de 2010

Dependencia ~ Reflexión de Psicología




¿En qué punto la dependencia roza con la obsesión?

Es dificil decir, pues por un lado una buena presencia y una constante actividad forman parte de una relación de alta calidad.
Por otra parte, buscar a la contraparte y tener pensamientos relacionados a ella, indican que el lazo se está construyendo bien. Y así se logra una confianza que poco a poco va revelando las emociones de cada uno.

Pero no todas las personas pueden soportar tal cantidad de actividad y afectos. E incluso las emociones cumplen la ley de inercia, es decir, si se tiene algo, es imposible frenarlo sin efectos. Eso es lo que espanta... dar una mala impresión, temer dañar al otro y en el caso de la timidez y similares, el miedo a hacer el ridículo.

La capacidad de generar dependencia es todo un privilegio mientras se tenga control sobre ella. Una emoción o la carencia de ella pueden alterar la conexión y generar una dependencia exagerada que puede generar el temor en el otro.

Para suerte de las personas, el idioma es un don que sirve para solucionar tal tipo de problemas.

A base de eso pienso en algunas posibilidades que transforman la dependencia en un acto obsesivo.

Por una parte existe el trauma infantil o la carencia de alguna emoción en la infancia. Lo cual lleva a buscar en los demás a alguien que pueda suplir ese algo que se siente en falta. Generando una dependencia que obligará al otro a dar una atención que cae en el narcicismo. Esto se vuelve obsesivo si la persona dependiente se altera sin una atención constante a las emociones.
Una posible solución es el negociar con esa persona condicionantes para tal atención y una vez logrado, ayudarle a comprender que se van a apoyar mutuamente pero no pueden mantener una exclusividad pues hay más gente en la vida de cada uno.

Existen aquellos que temen al mundo y son inseguros de sí mismos. Generando una dependencia que obligará al otro a actuar como protector. Esto se vuelve obsesivo si la parte dependiente es incapaz de hacer cosas sin la persona que actua como protector.
Esta solución es más complicada resolverla por cuenta propia, pues de alguna forma hay que hacer que el protegido gane seguridad como para hacer cosas solo. Para ello podría ser una buena forma el acompañarle a hacer nuevos lazos y actividades que impliquen individualidad.

Otra posibilidad es que la carencia infantil se exprese a la inversa. Entonces la parte dependiente intenta hacer de los otros una suerte de hijos a los que protegerán con aprensión. Eso se vuelve obsesivo si la persona dependiente no quiere alejarse de la persona que actúa como hijo por miedo a que le pase algo mientras no se entera de lo que el otro hace.
Una posible solución es mantenerse cerca de la persona dependiente y haciendo cosas que impliquen un aparente riesgo, para luego tras una charla explicarle que son seres independientes que necesitan cada uno su espacio y que capaces de hacer cosas por sí solos, además de dejar en claro que los riesgos son una cosa común y no olvidar agradecer sus intenciones.

Probablemente habrá que repetir varias veces las cosas dichas, pues una dependencia no se rompe fácil (piensen en el enamoramiento que es un tipo de dependencia aceptada socialmente) y una obsesión puede ser tan fuerte que se transforme en un caso clínico.

Lo importante, sobretodo si se dicen amigos de la persona dependiente, es tener en claro que el abandono o la distancia repentina, aunque es lo más cómodo y para muchos la más sensata forma de proceder, generará en la persona afectada un daño de inesperadas y muy altas proporciones. Por ello, en medida de lo que sea posible como para no sacrificar demasiado la vida persona, un amigo intentaría hacerle entender y le apoyaría para que logre salir sin muchas penurias de los sentimientos obsesivos.

Hay que repetir también que el problema no es la dependencia, pues esta aparece como conector entre dos personas con una relación más allá del solo conocerse. El punto es el nivel de esa dependencia.

Las personas se buscan entre sí para contarse problemas o divertirse para olvidarlos por un momento, para liberar tensiones o compartir emociones, para tener algo de tacto (tocarse, abrazarse, etc es sumamente importante). Y así con una larga lista de infinitas posibilidades.

Todos somos dependientes, todos dependemos de otros en mayor o menor medida. O incluso de alguna actividad u objeto.

Lo importante es que la dependencia no se transforme en obsesión, no se vuelva enfermiza y aunque a veces pueda ser algo incómoda (cosa muy frecuente), no se vuelva algo molesto o dañino. Y para eso hay que saber actuar por uno mismo y por los demás.

Hay que ser solidario con uno mismo y con los demás.

Y no olvidar que la mejor forma de solucionar, es comunicar.

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Gracias por leer, y por favor deje sus comentarios si los tiene.

Sean fuertes, pues este mundo al final es para quien pueda luchar.

martes, 16 de marzo de 2010

Niño sin esperanza

Esta corta historia nació de un deseo por escribir un relato que reflejara la importancia del tacto y contara una situación triste (debido a que es la música que escogí para escribir). Así como algunos escritores eligen un "algo" que siempre aparece en sus historias, yo tengo uno que es más que obvio, los niños.
Ojalá disfruten de esta historia... gracias por leer.


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Regresando a casa desde mi trabajo me acomodé en aquél sofá que en su centro comenzaba a hundirse tras tantas tardes de permanecer ahí, inmóvil y solitario, sumergido en cientos de pensamientos muchas veces inconexos, pero que daban paso a un estado parecido a una catarsis que finalmente me llevaba a relajarme debido al cansancio que me provocaban.

Un golpe en mi puerta interrumpió el proceso. Decidí ignorarle, pero se convirtió en un golpeteo insistente sobre la humilde puerta que resguardaba mis pertenencias acomodadas en un modesto apartamento de la ciudad.

- Ya voy – Dije, levantándome con pereza.

Al abrir la puerta, observé a un niño que con mirada triste observaba al interior de mi departamento. Su cabello negro no brillaba, como tampoco lo hacía su mirada. Su contextura estaba dentro del promedio de los niños de su edad y su piel más bien oscura encajaba bien con sus rasgos.
De un momento a otro, entro sin ningún cuidado y corrió hasta el balcón. No tan intrigado como molesto cerré la puerta y me dirigí hacia él reclamando por su impertinente entrada.

- Se ha ido – Dijo con quebradiza voz, mirando al cielo – mi ave escapó –

Se apoyó unos instantes en la baranda y cerró los ojos para sentir al viento. Estaba oscureciendo, no había forma de buscar al ave a esas horas. Le observé durante largo rato, su cuerpo pequeño era atractivo en su inocencia. De pronto, se repuso y camino directo a la puerta, ahí se detuvo un instante y sin mirar expresó con voz débil y aún quebradiza un simple:

- Gracias – Y entonces abrió la puerta.

Antes de abrir la puerta, no pude evitar decirle que se quedara un rato más.

- ¿Por qué no me acompañas un rato? ¿Te gustaría un té o algo? – Entonces se detuvo y cerró la puerta – Quizá me equivoco y no debería decirlo, pero pareces un chico con muchos problemas –

Al decir estas palabras pensé que podría escapar temiendo una interrogación, pero en vez de eso, solo camino hasta el sofá y se sentó justo en el centro, en el agujero marcado, como si todo en él estuviera hecho para hundirle. Me sentí triste con solo verle, ¿es que acaso no podía hacer nada?
Me encaminé a la cocina y desde ahí me dispuse a preparar un par de tazas de té, pero luego pensé que quizá un niño preferiría otra cosa y entonces grité:

- ¿Estás bien con un té o preferirías otra cosa como una soda o quizá leche? –

- Leche caliente estaría bien – Me respondió con suavidad.

Me sonreí con la idea, ¿cómo no se me había ocurrido ofrecer leche antes?

- ¿Cuánta azúcar? –

- Dos cucharadas están bien –

Me dijo mientras yo pensaba en lo dulce que quedaría, pero estaba bien para un niño, pensé luego.
Al tener todo listo, caminé de vuelta junto con él y le estiré la taza con leche, para luego sentarme a su lado.
Mientras bebíamos, no intercambiamos muchas palabras, solo mencionó su nombre y me comentó algo sobre el ave que había escapado.
Finalmente oscureció y se marchó, vivía en el mismo edificio, por lo que no me preocupé demasiado porque volviera a salvo.

- Gracias por la leche – Fue lo último que dijo antes de partir.

Al día siguiente, mientras trabajaba, varias veces recordé al pequeño y me sentía triste de no haber podido hacer nada por ayudarle más. Sin duda estaba muy apenado, pero también estaba seguro de que no era solo por el ave.

- Mi madre falleció hace poco más de un año –

Fue lo que me contó, al aparecerse ante mi puerta, una vez más, ese día. Le dejé entrar y volví a servirle la taza de leche con dos de azúcar. Poco a poco fue contándome más cosas, siempre con un tono demasiado adulto, como si su infancia hubiese sido arrebatada de golpe.

- Desde entonces veo a mi padre salir cada mañana a trabajar antes de que me ponga en pie y regresa tarde por la noche a encerrarse en su cuarto a llorar… es triste –

- Has de sentirte muy solo durante el día – Dije intentando acercarme a su dolor.

- No me importa – Respondió.

Al decirlo, su mano tiritó y perdió fuerza, dejando caer tu leche encima. Como estaba caliente, en una rápida reacción me acerqué para quitarle la ropa empapada con líquido hirviendo. Sin embargo, esto generó su molestia y mientras alegaba que estaba bien, intentaba alejarme. Pero con mi insistencia al final se dejó quitar la empapada polera. Al hacerlo pude ver sobre su cuerpo diversas magulladuras.

- Arruiné tu sofá – Dijo, intentando desviar mi atención.

- Estas heridas. ¿Acaso tu padre…? –

- No es nada, no me importa. Incluso siendo golpeado… verle llorando y llorando, como si hubiera olvidado mi existencia, sin mirarme siquiera… es triste… - Se interrumpió un segundo – Contra algo así, estas heridas no son nada para mí –

En ese momento lo abracé, cerrando mis ojos. Quise transmitir hacia él, todo el calor que a nadie le había dado antes. Lo senté sobre mí y con suavidad besé sus mejillas y acaricié sus cabellos opacos. Estuve así, abrazándole hasta que cubierto su rostro de lágrimas se quedó dormido.

Me levanté, entonces, tomándole en brazos y llevándolo hasta mi cama, en donde le dejé dormir plácidamente durante varias horas.

En la espera, decidí salir a mirar por el balcón el anochecer, dejar que el viento me acariciara. A mirar hacia el cielo para clamar hacia un Dios que parecía no tenerle piedad al pequeño que dormía en mi apartamento. Sentí que lágrimas querían salir de mí, pero me contuve. Es cierto, pensaba, quizá el sentimiento que me conectó al inicio fue la lástima, pero no quería que la lástima fuera mi conexión con él.

La noche comenzó a enfriar, entré al apartamento y fui hasta el sofá, sentado en el agujero, me dormí. Al despertar, aún era de noche. Y el pequeño estaba sentado junto a mí, con la cabeza apoyada sobre mi hombro y con el cobertor de la cama sobre ambos. Esbozaba una pequeña sonrisa, casi imperceptible, pero una sonrisa.

Me quedé observándole tan fijamente, que no percibí el paso del tiempo. Finalmente despertó y le abracé una vez más, a lo que respondió de igual forma.

- Para ser sincero… siempre quise que alguien me tocara tiernamente –

¿De verdad creía no ser digno de que alguien le tocara cariñosamente? Era el terrible pensamiento que recorría mi mente. Pero al menos, había logrado hacer algo.

- ¿Puedo regresar alguna vez? – Preguntó con cierta timidez al ponerse una de mis viejas camisas y partir.

- Tonto, siempre que quieras. Ten cuidado regresando a tu apartamento. Buenas noches –

El solo avanzó unos pasos, luego volteó y tímidamente agitó su mano en señal de despedida. En sus ojos había un ligero indicio de luz, e incluso sus cabellos parecían más brillantes. Finalmente cerré la puerta y no me alejé de ella por largo rato. Yo también deseaba que regresara alguna vez.