lunes, 27 de mayo de 2013

Shikai - Capitulo intermedio (no es un capitulo oficial)



Camino en dirección al sonido de las aguas del río y al ver interrumpido el sendero por el flujo imparable de las aguas se sentó en el frondoso césped junto a él, junto sus rodillas y apoyo el mentón en ellas. Su flexibilidad en un estado melancólico o nostálgico disminuía, la postura le dolía, pero no quería cambiarla. Allí permaneció, casi inmóvil durante horas. Observó como el color del agua pasó del cristalino, a un fuerte azul, convirtiéndose en un verde esmeralda y llegó al atardecer en un color anaranjado.

Su cuerpo entumecido no se percató del paso de las horas, y su mirada perdida revelaba que su mente tampoco.

En el otro extremo del río un pequeño conejo apareció y trató de acercarse al agua para beber un poco. Hialek pareció salir del trance con repentina aparición y le observó con ternura, temiendo que este pudiera caerse al agua. El conejo se acercó con cautela, caminando de lado para evitar resbalar.

-          Tranquilo, pequeño. Si te caes yo te rescataré.

Y cómo si el animal le hubiera escuchado, este cambió de postura y con tranquilidad asomó su cabeza por sobre el agua y comenzó a beber.

-          Ya me preguntaba dónde andabas – Le dijo una voz familiar, era Najim.

Con el solo tono de su voz Hialek se alteraba de sobremanera y, en este caso, en que el que deseara aislarse resultara su culpa, su sobresalto fue aún mayor. Su poder se descontroló, ardió en odio y pesar, su corazón palpitaba intensa y dolorosamente. Frunció el ceño y su mirada, aún sobre el conejo, focalizó todos estos sentimientos negativos y encendió en llamas al pequeño que en un chillido agudo se lanzó al agua tratado de evadir el cruel acto. Entre las quemaduras y el agua su mirada se apagó, y flotó con el flujo del río, a la deriva.

La mirada, ahora atónita, de Hialek se posó sobre el animal, al cual siguió con silenciosas lágrimas hasta salir de su alcance visual.

-          Perdóname… - Susurró

Najim observó todo en silencio y trató de poner su mano sobre el hombro de Hialek. Pero apenas logró posar un dedo cuando este le miró con profundo enfado.

-          No es mi culpa – Fue todo lo que Najim dijo.

Hialek sabía que el acto lo había cometido solo él, sin quererlo, sin intención, pero solo él. Sin embargo, no podía evitar pensar que la razón de su descontrol si era culpa de Najim por los actos que este había cometido y le habían traído a ese río, en primer lugar. En su mente profundizó en que al conejo debió pasarle lo mismo. Se preguntaba qué es lo que le había traído hasta ese río. ¿Por qué no una poza? ¿Por qué no un charco?

-          Es el destino – Dijo Hialek.
-          Es una coincidencia – Dijo Najim al mismo tiempo.

Una vez más Hialek frunció el ceño, se puso de pie, dándole la espalda en todo momento a Najim y comenzó a caminar en retirada, esperando que este se lo impidiera o le siguiera. Esto último fue lo que optó por hacer. Por un lado estaba feliz de que mostrara algo de interés en hablar con él, pero por otro estaba tan enojado que le resultaba molesto tenerlo tan cerca.

-          ¿Por qué me estás siguiendo?, ya ves que no estoy en condiciones de hablar contigo – Le dijo esperando a que este no aceptara esos términos e insistiera en tratar de hablar.
-          Está bien, te dejaré para hablar en otro momento entonces –

Dicho esto, Najim extendió sus brazos, imitando los primeros movimientos de la desaparición de Hialek, pero terminó con los últimos pasos de su propio estilo. Tras lo cual su figura se disolvió en forma de cenizas que desaparecían antes de tocar el suelo.
-          Esta es mi forma de decir que me importas – pensó al desaparecer y dirigir una última mirada a un Hialek cabizbajo.

Hialek, por su parte, vio cómo una vez más Najim no se quedaba. Otra vez se sentía abandonado. ¿Por qué nunca insistes? Era la pregunta que retumbaba en su cabeza.

-          Porque eres muy poco claro – se castigó diciéndoselo a sí mismo.

Por dentro era un caos. Y por fuera era una desgracia visual.

-          Eres un maldito… debiste insistir… -

Y una vez más su ira se incrementó, ahora potenciado por su desilusión y decepción. Y en un grito desesperado invocó a su propio elemento, el aire y en un torbellino arrasó con todo lo de peso ligero y medio a su alrededor. Cayó de rodillas, le dio un puñetazo a la tierra sin concentrar su energía e hiriéndose, en consecuencia, la mano. Finalmente se levantó, con ojos brillosos por las lágrimas contenidas de su ira reprimida. Caminó hasta la orilla del río, donde todo había iniciado, se sentó, juntó las rodillas y apoyo el mentón sobre ellas. Ahí miró el río una vez más hasta que el naranjo se volvió negro, invisible. Y entonces se levantó y se desvaneció en cenizas de igual color que nunca nadie supo si no habían tocado el suelo, como siempre, o solo la oscuridad no permitió darse cuenta.

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