martes, 16 de marzo de 2010

Niño sin esperanza

Esta corta historia nació de un deseo por escribir un relato que reflejara la importancia del tacto y contara una situación triste (debido a que es la música que escogí para escribir). Así como algunos escritores eligen un "algo" que siempre aparece en sus historias, yo tengo uno que es más que obvio, los niños.
Ojalá disfruten de esta historia... gracias por leer.


- - - - - - -

Regresando a casa desde mi trabajo me acomodé en aquél sofá que en su centro comenzaba a hundirse tras tantas tardes de permanecer ahí, inmóvil y solitario, sumergido en cientos de pensamientos muchas veces inconexos, pero que daban paso a un estado parecido a una catarsis que finalmente me llevaba a relajarme debido al cansancio que me provocaban.

Un golpe en mi puerta interrumpió el proceso. Decidí ignorarle, pero se convirtió en un golpeteo insistente sobre la humilde puerta que resguardaba mis pertenencias acomodadas en un modesto apartamento de la ciudad.

- Ya voy – Dije, levantándome con pereza.

Al abrir la puerta, observé a un niño que con mirada triste observaba al interior de mi departamento. Su cabello negro no brillaba, como tampoco lo hacía su mirada. Su contextura estaba dentro del promedio de los niños de su edad y su piel más bien oscura encajaba bien con sus rasgos.
De un momento a otro, entro sin ningún cuidado y corrió hasta el balcón. No tan intrigado como molesto cerré la puerta y me dirigí hacia él reclamando por su impertinente entrada.

- Se ha ido – Dijo con quebradiza voz, mirando al cielo – mi ave escapó –

Se apoyó unos instantes en la baranda y cerró los ojos para sentir al viento. Estaba oscureciendo, no había forma de buscar al ave a esas horas. Le observé durante largo rato, su cuerpo pequeño era atractivo en su inocencia. De pronto, se repuso y camino directo a la puerta, ahí se detuvo un instante y sin mirar expresó con voz débil y aún quebradiza un simple:

- Gracias – Y entonces abrió la puerta.

Antes de abrir la puerta, no pude evitar decirle que se quedara un rato más.

- ¿Por qué no me acompañas un rato? ¿Te gustaría un té o algo? – Entonces se detuvo y cerró la puerta – Quizá me equivoco y no debería decirlo, pero pareces un chico con muchos problemas –

Al decir estas palabras pensé que podría escapar temiendo una interrogación, pero en vez de eso, solo camino hasta el sofá y se sentó justo en el centro, en el agujero marcado, como si todo en él estuviera hecho para hundirle. Me sentí triste con solo verle, ¿es que acaso no podía hacer nada?
Me encaminé a la cocina y desde ahí me dispuse a preparar un par de tazas de té, pero luego pensé que quizá un niño preferiría otra cosa y entonces grité:

- ¿Estás bien con un té o preferirías otra cosa como una soda o quizá leche? –

- Leche caliente estaría bien – Me respondió con suavidad.

Me sonreí con la idea, ¿cómo no se me había ocurrido ofrecer leche antes?

- ¿Cuánta azúcar? –

- Dos cucharadas están bien –

Me dijo mientras yo pensaba en lo dulce que quedaría, pero estaba bien para un niño, pensé luego.
Al tener todo listo, caminé de vuelta junto con él y le estiré la taza con leche, para luego sentarme a su lado.
Mientras bebíamos, no intercambiamos muchas palabras, solo mencionó su nombre y me comentó algo sobre el ave que había escapado.
Finalmente oscureció y se marchó, vivía en el mismo edificio, por lo que no me preocupé demasiado porque volviera a salvo.

- Gracias por la leche – Fue lo último que dijo antes de partir.

Al día siguiente, mientras trabajaba, varias veces recordé al pequeño y me sentía triste de no haber podido hacer nada por ayudarle más. Sin duda estaba muy apenado, pero también estaba seguro de que no era solo por el ave.

- Mi madre falleció hace poco más de un año –

Fue lo que me contó, al aparecerse ante mi puerta, una vez más, ese día. Le dejé entrar y volví a servirle la taza de leche con dos de azúcar. Poco a poco fue contándome más cosas, siempre con un tono demasiado adulto, como si su infancia hubiese sido arrebatada de golpe.

- Desde entonces veo a mi padre salir cada mañana a trabajar antes de que me ponga en pie y regresa tarde por la noche a encerrarse en su cuarto a llorar… es triste –

- Has de sentirte muy solo durante el día – Dije intentando acercarme a su dolor.

- No me importa – Respondió.

Al decirlo, su mano tiritó y perdió fuerza, dejando caer tu leche encima. Como estaba caliente, en una rápida reacción me acerqué para quitarle la ropa empapada con líquido hirviendo. Sin embargo, esto generó su molestia y mientras alegaba que estaba bien, intentaba alejarme. Pero con mi insistencia al final se dejó quitar la empapada polera. Al hacerlo pude ver sobre su cuerpo diversas magulladuras.

- Arruiné tu sofá – Dijo, intentando desviar mi atención.

- Estas heridas. ¿Acaso tu padre…? –

- No es nada, no me importa. Incluso siendo golpeado… verle llorando y llorando, como si hubiera olvidado mi existencia, sin mirarme siquiera… es triste… - Se interrumpió un segundo – Contra algo así, estas heridas no son nada para mí –

En ese momento lo abracé, cerrando mis ojos. Quise transmitir hacia él, todo el calor que a nadie le había dado antes. Lo senté sobre mí y con suavidad besé sus mejillas y acaricié sus cabellos opacos. Estuve así, abrazándole hasta que cubierto su rostro de lágrimas se quedó dormido.

Me levanté, entonces, tomándole en brazos y llevándolo hasta mi cama, en donde le dejé dormir plácidamente durante varias horas.

En la espera, decidí salir a mirar por el balcón el anochecer, dejar que el viento me acariciara. A mirar hacia el cielo para clamar hacia un Dios que parecía no tenerle piedad al pequeño que dormía en mi apartamento. Sentí que lágrimas querían salir de mí, pero me contuve. Es cierto, pensaba, quizá el sentimiento que me conectó al inicio fue la lástima, pero no quería que la lástima fuera mi conexión con él.

La noche comenzó a enfriar, entré al apartamento y fui hasta el sofá, sentado en el agujero, me dormí. Al despertar, aún era de noche. Y el pequeño estaba sentado junto a mí, con la cabeza apoyada sobre mi hombro y con el cobertor de la cama sobre ambos. Esbozaba una pequeña sonrisa, casi imperceptible, pero una sonrisa.

Me quedé observándole tan fijamente, que no percibí el paso del tiempo. Finalmente despertó y le abracé una vez más, a lo que respondió de igual forma.

- Para ser sincero… siempre quise que alguien me tocara tiernamente –

¿De verdad creía no ser digno de que alguien le tocara cariñosamente? Era el terrible pensamiento que recorría mi mente. Pero al menos, había logrado hacer algo.

- ¿Puedo regresar alguna vez? – Preguntó con cierta timidez al ponerse una de mis viejas camisas y partir.

- Tonto, siempre que quieras. Ten cuidado regresando a tu apartamento. Buenas noches –

El solo avanzó unos pasos, luego volteó y tímidamente agitó su mano en señal de despedida. En sus ojos había un ligero indicio de luz, e incluso sus cabellos parecían más brillantes. Finalmente cerré la puerta y no me alejé de ella por largo rato. Yo también deseaba que regresara alguna vez.

No hay comentarios: